“Partidos Políticos y nuevos movimientos sociales”.
Alioshka David Martinez Rivera
Abogado y Politologo
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El aumento de ideologías y de actitudes “participativas” que llevan a la gente a servirse cada vez más del repertorio de los derechos democráticos existentes. b) El uso creciente de formas no institucionales o no convencionales de participación política, tales como protestas, manifestaciones, huelgas salvajes. Y c) las exigencias políticas y los conflictos políticos relacionados con cuestiones que se solían considerar temas morales (p.e., el aborto) o temas económicos (p.e., la humanización del trabajo) más que estrictamente políticos.
No solamente se están usando con mayor frecuencia y mayor intensidad, por un número creciente de ciudadanos y para una serie cada vez más larga de temas, los canales de comunicación entre los ciudadanos y el Estado; se cuestiona, además, si estos mismos canales institucionales constituyen una vía adecuada y suficiente de comunicación política. Se recurre con mayor intensidad que nunca a los canales de comunicación institucionales (como las elecciones o la representación parlamentaria), sospechándose al mismo tiempo que sean insuficientes como medios de comunicación política.
De esta forma, se perfila un modelo bastante dramático de desarrollo político de las sociedades occidentales avanzadas: en la medida en que la política pública afecta a los ciudadanos de manera más directa y visible, tratan los ciudadanos por su parte de lograr un control más inmediato y amplio sobre las élites políticas poniendo en acción medios que frecuentemente se estima que son incompatibles con el mantenimiento del orden institucional de la política. Desde mediados de los setenta, toda una serie de analistas en su mayor parte conservadores han calificado este ciclo como extremadamente viciado y peligroso, que tiene que producir, a su juicio, una erosión acumulativa de la autoridad política e incluso de la capacidad de gobernar (Huntington 1975), a no ser que se tomen medidas eficaces que liberen la economía de una intervención política excesivamente detallada y ambiciosa, y que hagan inmunes a las élites políticas de las presiones, inquietudes y acciones de los ciudadanos. Con otras palabras, la solución propuesta consiste en una redefinición restrictiva de lo que puede y debe ser considerado “político”, con la correspondiente eliminación del temario de los gobiernos de todas las cuestiones, prácticas, exigencias y responsabilidades definidas como “exteriores” a la esfera de la verdadera política. Este es el proyecto neoconservador de aislamiento de lo político frente a lo no-político.
Clave central de este proyecto es la idea de un colapso o “implosión” de la autonomía y autoridad de las esferas institucionales no políticas, con el consiguiente aumento de su dependencia de la regulación y del apoyo políticos. Puede aducirse de hecho, en este sentido, que están en tal grado erosionados y cuestionados los fundamentos culturales y estructurales “autónomos” de la producción estética, de la ciencia y la tecnología, de la familia, de la religión y del mercado de trabajo, que únicamente pueden mantenerse vivos todos estos subsistemas de la “sociedad civil” por medio de la aportación política de recursos y reglas. Sin embargo, según el análisis neoconservador, la extensión de la política pública de la regulación, apoyo y control estatales a áreas de la vida social anteriormente más independientes, supone, bastante paradójicamente, tanto un avance como una pérdida de la autoridad del Estdo: un avance en la medida en que pueden y tienen que manipularse más variables y parámetros de la sociedad civil; pero también una pérdida porque quedan cada vez manos bases no-políticas –y, por consiguiente, incuestionable e incontrovertibles- de acción de las que puedan derivarse axiomas metapolíticos (en el sentido de lo “natural” o de lo “dado”) de la política, o a las que puedan referirse ciertas pautas. Al extenderse las funciones y responsabilidades del estado, se degrada su autoridad (es decir, su capacidad de tomar decisiones de obligado cumplimiento); la autoridad política sólo puede ser estable en la medida en que es limitada y, por tanto, complementada por esferas de acción no-políticas y auto sustentadas que sirven tanto para exonerar a la autoridad política, como para equipararla con fuentes de legitimidad.
Puede ilustrarse este dilema haciendo referencia a esferas institucionales no políticas del tipo de la familia, el mercado o la ciencia. En cuanto tales instituciones pierden su independencia frente a la política y se ponen a funcionar de acuerdo con un esquema determinado políticamente, las repercusiones de tal politización afectan, sobre todo, a la misma autoridad política. Más que fortalecerse por esta mayor “amplitud”, la autoridad política subvierte sus apuntalamientos neo políticos, que aparecen cada vez más como meros artefactos del mismo proceso político. Precisamente el proyecto neoconservador lo que trata es de subvertir esta
evaporación de premisas incuestionadas y no-contingentes (tanto estructurales, como valorativas) de la política, buscando a veces desesperadamente fundamentos no-políticos del orden y de la estabilidad. Por tanto, lo que hace falta, según el proyecto neoconservador, es la restauración de unas pautas incontestables de naturaleza económica, moral o cognoscitiva. Como consecuencia de ello, se vuelve reflexivo el concepto de política, centrándose la política en la cuestión de qué es lo que trata –y de qué es lo que queda excluido-. El proyecto plantea una redefinición restrictiva de la política, cuyo contrapeso se sitúa en el mercado, la familia o la ciencia. Se espera que la búsqueda de lo apolítico dé pie a un concepto más estrecho y más viable de política, que “reprivatice” los conflictos y tensiones que no se pueden manejar bien con los medios de la autoridad pública.
Pese a su evidente oposición política al contenido del proyecto neoconservador, el enfoque político de los nuevos movimientos sociales comparte con los mantenedores de tal proyecto un planteamiento analítico importante. Ambos parten de que no pueden seguirse resolviendo con una perspectiva prometedora y coherente los conflictos y las contradicciones de la sociedad industrial avanzada por medio del estatismo, la regulación política e incluyendo más y más exigencias y cuestiones en el temario de las autoridades burocráticas. Sólo partiendo de la base de este planteamiento analítico compartido, divergen la política neoconservadora y el enfoque político de los movimientos tomando direcciones políticas opuestas. El proyecto neoconservador trata de restaurar los fundamentos no-políticos, no-contingentes e incontestables de la sociedad civil (como la propiedad, el mercado, la ética de trabajo, la familia, la verdad científica) con el objetivo de salvaguardar una esfera de autoridad estatal más restringida –y por consiguiente más sólida- e instituciones políticas menos “sobrecargadas”. En contraste con ello, tratan los nuevos movimientos sociales de politizar las instituciones de la sociedad civil de forma no restringida por los canales de las instituciones políticas representativas-burocráticas, reconstituyendo así, por tanto, una sociedad civil que ya no depende de una regulación, control e intervención cada vez mayores. Para poderse emancipar del Estado, ha de politizarse la misma sociedad civil –sus instituciones de trabajo, producción, distribución, relaciones familiares, relaciones con la naturaleza, sus criterios de racionalidad y progreso- por medio de prácticas que se sitúan en una esfera intermedia entre el quehacer y las preocupaciones “privadas”, por un lado, y las actuaciones políticas institucionales, sancionadas por el Estado, por otro lado.